Sostener el vuelo

Caí a tus manos como un pajarillo herido.

Tú aruñaste mis miedos,

me enseñaste a caminar con las patas

que nunca había usado.


Me bañé en tu costado por primera vez,

sentí la calidez de tus labios por la tarde,

y creí —por un momento—

que el mundo era un lugar blando.


Me hubiese detenido infinitamente en tu oasis,

mujer de agua,

donde todo dolía menos,

donde el tiempo parecía curar sin pedir nada a cambio.


Hoy toca volar.

Hoy es el día, murmuran.


Pero yo aún no lo sé.

Aún no siento ese impulso.

Aún tiemblo cuando el viento me roza las alas

y me recuerda que el vacío también llama.


Tengo miedo.

De saltar.

De no saltar.

De no saber si sabré sostenerme

cuando tus manos ya no estén.


Estoy aquí,

en la orilla del aire,

mirando el cielo,

esperando el instante

en que el miedo se parezca un poco

a la libertad.

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